El otro día, un asustado pero bravo gato blanquirojo se enfrentó al temible coche azul.
El utilitario apareció de manera repentina por la curva, justo cuando el felino acababa de quedarse dormido bajo el sol.
El animal se asustó sobremanera pero, lejos de retirarse bajo cubierto, dio un paso al frente con las orejas hacia atrás, la mirada fija y la boca abierta, amenazadora.
Por un momento parecía que iba saltar a mitad de la calzada, embistiendo al inocente vehículo. Pero no, el gato sopesó el riesgo y las consecuencias durante milésimas de segundo y optó por el no enfrentamiento. El pobre coche no tenía la culpa de nada: era tan sólo un títere en manos de un humano y no un temible dragón (ratón) de campo.