Calor, un calor excesivo. De repente, un aire fresco cruza miradas con los transeúntes y llega el agua. Es una pequeña tormenta de verano, con sus fuertes ronroneos, algo de luz e infinidad de gruesas gotas de agua deseosas de tomar tierra. No les importa que el aterrizaje sea su perdición porque se saben ganadoras. Se van a colar por entre las rendijas de las puertas, a través de los campos arados o por aquellas grietas apenas perceptibles; también se harán con los ríos y las cascadas. Es una invasión en toda regla.
Por suerte, es una tormenta estival (así que es breve) y fuera de plazo. Por esta vez estamos salvados.
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