Estamos en obras por el este, por el oeste, por el norte y por el sur.
Completamente rodeados por un ejército de maquinaria estruendosa y obreros con chalecos reflectantes que nos van indicando:«Ahora parad vosotros, ahora continuad los siguientes, luego pasará la rubia, y después el chavalín, ahora parad los de la izquierda, ahora acelerad los del fondo, que estáis medio dormidos». Y así nos vamos despertando a eso de las 7.45 de la mañana.
En realidad no es una manera demasiado brusca de despertarse: te permite incluso despegar las pestañas de los ojos y darte cuenta, a las 7.50h de que una pequeña ardilla atraviesa la carretera.
Lo hace un día, y otro, y otro más. Siempre a las 7.50h. Menuda puntualidad, la de la ardilla, y eso que no usa reloj.
Pero a lo que íbamos, la simple aparición velocísima de la ardilla hace que a los adormecidos conductores se nos eleven las comisuras de los labios, en una sonrisa esperanzadora y feliz, como si se tratase de un buen augurio: «este será un buen día», nos oímos pensar.
07/07/09
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