Estaba analizando un texto referente a los usos del género en el lenguaje, mientras iba pensando para mis adentros: «Otras cosas son más importantes que esa, menuda pérdida de tiempo y energías».
Estaba en esas cosas mientras ponía en marcha el lavaplatos, porque en este mundo hay que ser multitarea, claro está. Y dicha acción me ha recordado una graciosa frase de una amiga, quien decía dejar los platos «a la tonta» para que los lavase; y la tonta en cuestión era el lavaplatos.
Así que... hilando, hilando... me he apercebido de que el lavaplatos, de género masculino como indica el artículo que lo acompaña, se convierte en femenino cuando se trata de algo peyorativo. Pues ¡vaya por Dios! Sí que estamos bien. Aún tendré que dar la razón al texto igualitario, uniformante, equitativo y equidistante.
Ay, cuánto envidio a las lenguas sin género ni tontería... mientras, la tonta que tiene mi amiga se ha convertido en mi tontorrón, para equilibrar un poco la cosa.