Ya nadie habla en los trenes, salvo en Cercanías, quizás por la propia denominación, esa que rompe barreras y consigue que la gente se comunique (aunque uno de ellos no lo desee). En cualquier caso, hoy recuerdo infinidad de viajes en los que conocí a gente variopinta, sin miedo ni pudor, a cualquier hora y en cualquier circunstancia.
Pero no sólo yo he cambiado, encerrándome entre mis barreras, sino que la sociedad en sí lo ha hecho a su vez. Y es que hemos intentado tan arduamente el dejar de ser provincianos, que nos hemos vuelto extraterrestres asociales.
Los pocos que se sublevan son los asiduos del bar, que rompen artificialmente la barrera comunicativa con brebajes “espirituales” y las abuelas, incombustibles comunicativas, como todos sabemos. Mientras que en el resto del tren todo es silencio, roto tan sólo por el repicar de las teclas de mil y un gadgets, creados para la comunicación… alejada.