Al hacerlo tú, sin motivo aparente a ojos de los demás, te tornas sospechosa: “¿Se estará riendo de mí?” “¿Estará mal de la cabeza?”, piensan.
Ya nadie sonríe. Y es una pena.
Es como si estuviéramos obligados a permanecer enfurruñados cuando estamos a solas con nosotros mismos, en presencia de extraños.