Merendar supuestamente es un acto cotidiano, sin mayor trascendencia que la de alimentarse a media tarde; sin embargo hay meriendas que pese a lo diminuto de su tamaño y al entorno precioso que las rodea, nos impresionan sobremanera.
Tal vez sea por el hecho de tratarse de un alimento fresco, fresquísimo.
Tal vez se trate de la proporción entre merienda y “merendador”.
O tal vez nuestro punto de vista desconectado de la naturaleza.
Sea como fuere, mi aversión a las arañas no ha menguado desde esa merienda campestre.
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