A sus diez años poco
imaginaba que a los treinta llevaría una prosaica vida de lavadoras y pucheros,
de impresoras desobedientes y teléfonos atronadores. Y es que ella, a los diez
años se soñaba como una preciosa y valiente mujer, a bordo de un reluciente
galeón pirata y de la mano de un siempre risueño y aventurero Burt Lancaster
cualquiera.
"Cómo se han ido transformando los sueños…", se dijo. Pero entonces oyó un leve sonido que la
hizo volverse repentinamente, espátula en mano. El infame Pelo Pincho se
acercaba para atacarle nada menos que con un ariete. Con un rápido movimiento
de cintura lo consiguió reducir no sin magullarse con las uñas del perro faldero que se
había vendido como ariete por un miserable trozo de queso. “Estáis acabados,
piratas”, les dijo, “por haberme atacado, merecéis un castigo ejemplar: vais a
limpiar la cubierta”. “Halaaaa, mamáááá, cómo te pasas. No hay derecho, así no
juego más. Vámonos, Toby”.
Ella suspiró entre aliviada por el descanso que ello supondría a la par que entristecida por haberse disuelto la sonrisa de su pequeño Burt Lancaster.
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