Nada más bajar del tren, noto el frío en las mejillas y veo a los tres caballos concentrados en devorar el nutritivo pasto.
Cruzo la vía con cuidado y al momento disfruto del paisaje de un verde tan estridente como uniforme.
Paso a paso, me voy acercando al pueblo, cada vez más relajada y es que me rodean los familiares olores a montaña y a chimeneas humeantes.
Ya estoy en casa, me digo sonriente.
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