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miércoles, 26 de agosto de 2009

Obviedades de la vida

En poco tiempo he sabido de dos nacimientos cercanos y de dos muertes lejanas.
Es una de esas obviedades de la vida en la que prima la autoregulación de la población y de los acontecimientos: no todo es fantástico ni todo es terrible. Es la vida simplemente, y no hay más cera que la que arde.

Los nacimientos, dulces y frescos como el helado, te hacen sonreir, feliz e ilusionada. Con ganas de conocer esas caritas nuevas, recién estrenadas, que se asoman a un mundo sorprendente. Hueles la ternura y el asombro que desprenden, y ansías acompañarlos con la mirada en su viaje de descubrimiento diario.

Los fallecimientos te aflojan el corazón que queda como suspendido en el aire durante un tiempo. Uno de ellos por haber sido devorado su cuerpo por un mal, y el otro por haberlo sido su alma.

Qué extraña es la vida pese a su supuesta obviedad. Nunca deja de sorprender aunque hayan pasado décadas desde la época del asombro y la ternura.

Desde aquí, mil besos para los recién llegados, y el recuerdo para los que han marchado.

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